El cansancio se nota en sus ojos. Es lo único visible a los ojos de un paciente covid. Sin embargo, médicos, terapistas, enfermeras, técnicos, administrativos, camilleros, personal de cocina, de mantenimiento y de limpieza siempre tienen un gesto para regalar a aquellos que están confinados por una enfermedad que ataca sin piedad a un sector de la sociedad y , en tantos otros, sólo les aqueja uno que otro síntoma. El personal de salud pública (y también privada) tiene vocación de servicio. Realizan guardias de hasta 12 horas y, en muchos casos, siguen trabajando en otros lugares por aquello del pluriempleo.
Vivir dentro de un hospital público, bajo aislamiento estricto, mientras la covid está activa es una prueba de fuego para lo más profundo del ser. Pero hay un punto de sintonía entre paciente y agente sanitario: la familia. En unos es el sustento para salir a flote, sacando fuerzas de donde uno ni se imagina, y evitar las complicaciones propias de la enfermedad que aún no tiene vacuna. Entre los agentes de salud también hay la misma sensación, de llegar a sus casas sin contraer el virus. Algunos lo logran; otros deben resignarse a convivir con él, pasando dos semanas de aislamiento y, en el mejor de los casos, retornar nuevamente a sus puestos a los 15 días. ¿Qué servicio resulta más esencial que el de la salud?
El rito se repite día tras día. Antes del cambio de guardia, la enfermera de turno realiza los controles de rigor a cada paciente de los peines habilitados para pacientes con covid en el Hospital Eva Perón o del Este. Pese a las horas de trabajo, hay una sonrisa y un “¿cómo amaneció hoy?”. Esas palabras son como un bálsamo para cualquiera que haya pasado por esa situación. Luego viene el turno de la medicación. Cada agente termina su actividad en cada habitación desprendiéndose de los EPP (Elementos de Protección Personal) en el mismo lugar donde atendió al paciente. Minutos después pasa el personal de limpieza que también brinda ánimos sin conocer quién está internado. La familiaridad es una gran aliada en tiempos de soledad. El médico de guardia termina de sellar la primera parte del chequeo. “No te preocupés; yo estudié para esto. Voy a explicarte qué te está pasando”, dice uno de ellos ante la cientos de inquietudes que surgen luego de los laboratorios, las placas y las extracciones de sangre en arterias para establecer el grado de oxigenación.
La covid comienza a destruir desde el mismo momento en que una persona confirma que está positivo. No es una enfermedad más. Uno no va a la farmacia a comprar un inyectable, un jarabe o comprimidos para curarse. Es el tiempo y la evolución de la enfermedad lo que determina el grado de evolución del virus y el compromiso que puede causar en los pulmones. Sólo queda rezar, tener fe y ponerse en positivo, porque la cabeza da vueltas y vueltas. Porque en nuestra esencia siempre está imaginarse lo peor; porque la incertidumbre nos carcome o, lo que es más difícil, abandonar los afectos nos torna más vulnerables.
La sirena de la ambulancia comenzó a sonar. El traslado hacia un hospital público era necesario ante un cuadro de fiebre que no cede. Veintisiete minutos arriba del móvil, con el sonido ensordecedor, y una película que se proyecta imaginariamente de medio siglo de vida. Un viaje hacia lo desconocido, mientras en el exterior la vida sigue como todos los días. Cuando la covid se cruza en nuestras vidas, nada es igual. Ni para el afectado ni para su familia. Los hábitos cambian; las relaciones se fortalecen; las medidas de bioseguridad cobran más valor que nunca. Las prioridades son diferentes. La mentalidad se ubica en la nueva normalidad.
Cuando te pasa lo peor, la clave es ponerte en los pies del otro. Es lo que realiza el personal de salud, que día tras día, pelea en la pandemia, independientemente del salario que cobran. “No me quiero morir”, se escucha en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI). Uno de los internados atraviesa un trauma. Cuatro profesionales y técnicos lo asisten para sacarlo de la situación. La covid no lo deja respirar. La lucha es permanente. Las prácticas dan resultado. El paciente sale de la emergencia y logra estabilizarse. Estar en esa área (en medio de una transfusión de plasma) es una experiencia aleccionadora. A una UTI no van aquellos que están destinados a morir, como generalmente se cree. Allí la expectativa es salvar vidas, dar esperanzas y cambiar el cuadro a otro menos agudo. Como en otros sectores del sector público, también hay ritos. Médicos y técnicos se colocan los EPP con la destreza y con la sincronización de esos equipos olímpicos de natación. Cuidan hasta el más mínimo detalle; desde la cofia hasta las botas, doble y triple guante por prevención. El sonido de la sala es ensordecedor. Los silbidos de los elementos de cuidado intensivo son permanentes. Todos están pendientes de los monitores. Los pacientes aguardan la distribución de la medición. Para ellos es otro día ganado; otro más de vida y de lucha contra la covid.
Mientras no haya vacunas, la pandemia continuará. Y, en este punto, cabe preguntarnos qué tan esenciales son los empleados de la salud frente al escenario que se viene. Como este año, 2021 seguirá siendo de atención permanente de casos de covid. Con suerte, la vacuna podría estar en el segundo tramo de ese año. Mientras tanto, el Sistema Provincial de Salud (Siprosa) cuenta con una valiosísima información acerca de la dotación de personal que ha trabajado durante este período, no solamente en los hospitales de referencia, sino también en otras áreas muy vinculadas a la prevención, detección y atención a pacientes con covid-19.
A poco menos de dos semanas de la presentación en la Legislatura del Proyecto de Presupuesto Provincial 2021, el Poder Ejecutivo tiene la oportunidad de avanzar en una suerte de reconocimiento a la labor de esos agentes de salud, para que de esa manera puedan focalizarse en sus actividades esenciales sin pensar en el pluriempleo o si puede o no llegar a fines de mes. Hasta ahora, el Gobierno nacional había otorgado una “asignación estímulo” de $ 5.000 por cuatro meses a esos trabajadores. Esa remuneración tiene un carácter excepcional, como también podría tenerlo a través de otras figuras financieras, como un incentivo o un fondo de contingencia. ¿No sería la oportunidad que quienes gobiernan y quienes están en la oposición a la gestión se pusieran de acuerdo en establecer un fondo de pandemia para los esenciales empleados de la salud? No se trataría de un reparto discrecional, toda vez que cada hospital cuenta con la nómina de empleados que están trabajando en tiempos de covid. Está claro que el esfuerzo financiero colectivo en el ámbito público es posible si se toma como ejemplo el uso de los excedentes para la compra de insumos hospitalarios.
En tiempos de coronavirus, no hay nada más esencial que aquellos que tienen la difícil misión de preservar vidas, con vocación de servicio. Eso no tiene precio.